Aquello
que el hombre siembre, eso mismo cosechará.
No
existe lo que se llama la “suerte”. Nada nunca pasa por casualidad. Todo lo que
entra a tu vida, sea bueno o malo, pasa como resultado de una Ley inmutable e
inevitable. Y el único operador de dicha ley no es otro que tú mismo. Nadie más
te ha hecho daño alguno ni podrá hacértelo, no importa cuánto parezca que sí lo
ha hecho. Consciente o inconscientemente, en algún momento u otro, tú mismo has producido toda condición deseable o indeseable
con la que te encuentras tanto en tu salud corporal o en tu circunstancia hoy
día. Tú -y solo tú- pediste esa mercancía y ahora se te está entregando. Y en
tanto sigas pensando mal acerca de ti mismo y de la vida, la misma dificultad
seguirá asediándote, ya que toda semilla invariablemente tiene que producir
según su propia especie, y el pensamiento es la semilla del destino.
Sin
embargo, hay una salida sencilla a todos los problemas. Aprende a pensar
correctamente en vez de hacerlo equivocadamente, y las condiciones comenzarán a
mejorar enseguida hasta que -tarde o temprano- toda la mala salud, la pobreza y
la inarmonía desaparecerán. Tal es la Ley. La vida no tiene que ser una
batalla. Puede ser (y debería ser) una gloriosa aventura mística; pero vivir es
una ciencia.
Ésta
es una manera de afirmar la Gran Ley. Lee y relee esto en intervalos regulares,
e inevitablemente cambiará tu visión de la vida.