Concienciemos
lo que quiso decir Jesús con “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, tu alma y tu mente”. El corazón es
símbolo de las emociones y el sentimiento. Por lo tanto, rememoremos uno de
esos enamoramientos que hayamos tenido en la vida, y con esa misma emoción
amemos a Dios; esa es la intensidad a la que se Jesús se refiere. Amar a Dios
no es inclinarse ante una estatua o foto de un Maestro, ni hacer
peregrinaciones a una isla, país o ciudad; sino como lo enseña Jesús: “Dios es Espíritu. Que lo adoren en
Espíritu y en Verdad”. Es decir, viendo la Verdad en todo. La verdad es intangible, porque sólo es una
percepción; pero al observarla, cambia totalmente el panorama de nuestras vidas.
La
única forma de amar a Dios, es entregándole la Vida de Uno, que es Él, pero que
uno ha creído que es propia. Mientras no hacemos esto voluntariamente, estamos
aferrados al “yo personal”. Entregar la Vida no es dársela a alguna
organización espiritual, gurú o líder. Es consagrar nuestra vida individual a
la Totalidad de la Vida, que es la humanidad, sirviéndola, dándole a cada quién
lo que necesita, en el momento y medida en que el necesitado lo requiere.
Tomado
del libro Jesús de Rubén Cedeño.